La inflación desangra al pueblo, los imperialistas culpan a todo menos a su sistema moribundo

La semana pasada, la Oficina de Estadísticas Laborales publicó las últimas estadísticas del Índice de Precios al Consumidor (IPC) de enero que muestran un aumento del 7.5 % de los precios en general en comparación con enero de 2020, el más gran aumento desde febrero de 1982. Aunque los políticos y los economistas capitalistas culpan generalmente a la pandemia por los altos precios, la responsabilidad final recae en la crisis económica, la intervención consiguiente del Estado imperialista en la economía y los monopolios imperialistas que se aprovechan de la crisis. Ahora, de nuevo, la clase obrera se ve obligada a soportar el peso de la crisis económica, con el precio de los productos de primera necesidad, como los comestibles y la gasolina, sigue subiendo mientras los salarios se quedan atrás. 

Los monopolios imperialistas han ganado trillones con la crisis económica, a la vez que ha sido nuestra clase la que ha luchado para alimentar a nuestras familias y mantener un techo sobre nuestras cabezas mientras los salarios siguen estancados y el coste de la vida aumenta. Las madres trabajadoras han sido despedidas o reprendidas por faltar al trabajo para cuidar a sus hijos, a la vez han sido las principales responsables de intentar estirar cada dólar para llenar sus refrigeradores. Aunque aumenta la miseria del pueblo, la situación también traerá una mayor desilusión con el sistema fallido imperialista y, a su vez, generará una mayor resistencia, como ya se ha visto en EE. UU. y en todo el mundo. 

La crisis y la inflación 

Desde diciembre de 2020, los precios del gas han aumentado casi un 50 %, los precios de la energía han aumentado un 29.3 % y los precios de la carne y los huevos han aumentado un 12.5 %, y casi todos los demás productos de consumo que se rastrean en la economía también han visto aumentos. La inflación ha sido todavía peor de lo que esperaban los economistas capitalistas (7 % hasta diciembre y subiendo), y es probable que empeore y se extienda por varios sectores de la economía, como punto de comparación, la inflación fue solamente 1.8 % durante 2019. El aumento del coste de la vida significa sufrimiento para el pueblo y la clase trabajadora: desahucios, falta de productos de primera necesidad y estancamiento de los salarios. Mientras el proletariado (la clase trabajadora) lucha por llegar a fin de mes, enormes monopolios como Pfizer, British Petroleum y Amazon están viendo beneficios históricos mientras otros como Tyson Foods y Procter & Gamble ven grandes aumentos en sus beneficios y márgenes de ganancia. 

La inflación se puede entender como un aumento general del precio de los productos, lo que significa es que el dólar ha perdido valor, así que los consumidores obtienen menos productos por cada dólar estadounidense que el año pasado. La inflación generalmente está ligada al crecimiento de la economía y de la oferta monetaria, especialmente a las tasas de interés. La lógica capitalista es que, con tipos de interés más bajos, es más fácil que la gente pida dinero prestado y lo gaste, estimulando así el crecimiento de la economía y aumentando la demanda en relación con la oferta, lo que hace que los precios aumenten. Los capitalistas consideran que una tasa de inflación anual moderada, normalmente en torno al 2 %, es un signo de crecimiento saludable en una economía, pero cuando es demasiado alta empieza a interrumpir el consumo, ya que la gente no puede pagar lo que antes podía. Cuando la gente gasta menos, la oferta sobrepasa la demanda y hace que los precios caigan, un factor importante que provoca crisis económicas, depresiones y recesiones. 

La clase dominante ha utilizado la pandemia y los programas de ayuda del Estado a la COVID como chivo expiatorio por la inflación, culpando a los costes de las materias primas, la mano de obra y los problemas de la cadena de suministro por el aumento de los precios. Esto refleja la forma en que culparon al inicio de la crisis económica al principio de 2020 a COVID. En ese momento, la clase dirigente desvió la atención de la caída de los precios y de otros indicios económicos de una depresión inminente, usando la propagación de la pandemia y la primera ola de cierres como excusa por la contracción masiva de la economía. Aunque la pandemia tuvo efectos directos sobre el empleo, la oferta, la demanda y la cadena de suministro, solamente agravó los problemas ya existentes, basados en las contradicciones irreconciliables en el sistema imperialista. 

La crisis económica debe entenderse como un problema de sobreproducción relativa, en el que se produce más de lo que se puede vender de forma rentable. Los avances tecnológicos hacen que la producción se expanda con menos trabajadores para explotar, y la competencia entre los capitalistas les obliga a producir más que sus competidores y a vender a un precio más bajo, lo que causa la caída de la tasa de beneficio. La producción aumenta más rápido que los salarios de los trabajadores, y esto significa que a pesar de que se producen más y más productos, la gente no puede comprarlos, haciendo que los precios sigan bajando. Como los precios siguen cayendo, la economía se colapsa, y este ciclo se repite cada diez años aproximadamente porque no se basa en errores ni accidentes extraños, sino en los problemas inherentes al capitalismo y a su funcionamiento. 

La crisis se hizo mucho más dramática cuando la pandemia obligó a muchos productores a cerrar, y los grandes monopolios se tragaron a los productores más pequeños y extendieron su parte del mercado. Para recuperar los precios, estos monopolios constriñeron la producción en general y redujeron la producción de los productos menos populares a favor de sus productos más vendidos. Al mismo tiempo, el Estado imperialista intervino para ayudar a las corporaciones monopolistas, con la Reserva Federal estimulando los préstamos y empréstitos mediante la reducción de las tasas de interés al más bajo nivel posible, la compra de títulos de deuda estadounidenses, la reducción de la cantidad de dinero en efectivo que los bancos están obligados a mantener en reserva, y la concesión directa de préstamos a las corporaciones a bajas tasas de interés. Las medidas del Estado estimularon la práctica de préstamos y empréstitos e inyectaron más dinero en la economía; el cierre de los capitalistas, así como el despido de trabajadores, disminuyeron la oferta de productos disponibles, invirtiendo el balance relativo entre la oferta y la demanda, elevando los precios desde niveles poco beneficiosos. 

Muchas de estas tácticas ya se habían utilizado en la recuperación de la crisis económica de 2008, y muestran la cada vez mayor preferencia de los grandes monopolios a utilizar el Estado para intervenir en la economía, especialmente en tiempos de crisis. El Estado y los capitalistas monopolistas a los que sirve han logrado su objetivo de subir los precios, hasta el punto de que la inflación está causando ahora sus propios problemas; en pocas palabras, empujaron el péndulo demasiado lejos en la otra dirección y ahora están intentando una vez más cambiar el equilibrio de la economía con el aumento de las tasas de interés federales. Todos estos problemas demuestran que el Estado imperialista tiene cada vez más problemas en su intento de controlar y estabilizar la economía. 

A la vez que el imperialismo estadounidense sigue decayendo y la tasa de ganancia sigue cayendo en todo el mundo, las crisis económicas cíclicas se hacen más profundas y severas, y el proceso de recuperación se hace más difícil. Esta es exactamente la razón por la que el imperialismo estadounidense se encuentra en una posición en la que el Estado debe intervenir para “rescatar” la economía de la implosión. 

La función de los monopolios 

Aparte de la política monetaria, no hay que olvidar otro factor que provoca la subida de precios: el control de los monopolios imperialistas y su búsqueda de ganancias. El imperialismo es la etapa más alta del capitalismo y se caracteriza por los monopolios, es decir, las grandes empresas capitalistas que dominan la vida económica de los pueblos. Estos monopolios imperialistas son parasitarios por naturaleza: se alimentan de la explotación de los trabajadores de todo el mundo, de las materias primas del Tercer Mundo y del control de los mercados. El considerable poder que ejercen permite a los imperialistas que controlan la producción de todo lo que la sociedad necesita, desde la recolección de las materias primas hasta la venta del producto acabado, incluyendo la fijación de los precios. Hasta economistas burgueses liberales (es decir, capitalistas) como Robert Reich, secretario de trabajo de Bill Clinton, han destacado la función de los monopolios en el aumento de los precios mientras obtienen ganancias históricas. 

Por supuesto, la solución de Reich es pedir al Estado imperialista que aumente las regulaciones sobre los monopolios, los mismos monopolios a los que el gobierno de EE. UU. responde, de los que depende, y de los que elige a sus representantes para ocupar los puestos más altos del gobierno. Reich dice que el problema de los altos precios de los monopolios solo puede ser resuelto a través de un camino: “el uso agresivo de las leyes antimonopolio para acabar con los monopolios.” Los EE. UU. tienen una historia de aprobación de leyes antimonopolio para acabar con los monopolios, pero aquí estamos sentados con monopolios masivos que siguen dirigiendo la economía y dictando los términos de nuestra sobrevivencia. 

Reich y los liberales como él ignoran las contradicciones inherentes al capitalismo para evitar la conclusión inevitable: solamente una revolución completa para destruir al sistema existente puede crear una sociedad que no se encuentre a la merced de la crisis económica cíclica y la disfunción intrínseca. 

Así mismo con la crisis económica, los imperialistas hacen que la clase trabajadora soporta el peso del sistema económico en descomposición haciéndonos pagar más por los bienes de la vida cotidiana, aunque sigamos recibiendo los mismos salarios con los que tuvimos el año pasado. A lo largo del año pasado, especialmente, los trabajadores han ido a la huelga y han luchado por un mayor salario y mejores condiciones, pero a menos que hayas recibido un aumento del 8 % durante el año pasado, te estás quedando atrás a la vez que el poder de compra real de esos salarios declina. Los economistas capitalistas predicen que el problema empeorará antes de mejorar. Los trabajadores tienen que exigir que sus salarios aumenten junto con la inflación como mínimo, si no cualquier ganancia conseguida en la lucha laboral se perderá rápidamente por el aumento del coste de la vida. 

La clase trabajadora debe hacer que la batalla por sus necesidades básicas sea parte de la lucha por algo mucho más grande: el total derrocamiento de este sistema que solo puede responder a cada crisis con otra crisis. El sistema imperialista se encuentra en un soporte vital, es la clase obrera, a través de la construcción de la organización que puede dirigir la revolución, la que lo desenchufará.